
Era primavera ya, y la liga se estaba acabando. No recuerdo si fue un partido amistoso o si fue uno de los últimos que se jugaron. Yo por entonces estaba lesionado, pero aún así, siempre andaba cerca de los campos.
El partido terminó, y la actuación del equipo fue buena, así que fuera del campo hubo que celebrarlo también con un buen tercer tiempo. Cánticos, ron, muchachas traidas por Kalate y Ruso, y un queso de bola, ¿qué se le podía pedir más a esa tarde soleada de primavera? Que no se muriese todo al anochecer.
Y no lo hizo... Pues nos enteramos a través de un amigo de que había una fiesta en una residencia femenina de estudiantes y decidimos ir para allá. Doblamos un par de esquinas por las calles estrechas de aquel barrio bohemio y llegamos al portón de entrada.
No podíamos imaginar lo que nos esperaba al cruzar aquellas puertas... Música, alcohol de primeras marcas y mujeres, mujeres por doquier. Recuerdo ir con Sandro y unos cuantos más hablando con numerosos grupos de hembras y, aunque no recolectamos mucho, la noche se pasó volando.
También por allí estaba el Pelirrojo, que, aunque en un principio no salía con nosotros esa noche, fue una grata sorpresa encontrarle por esos lares. Pero no fue la primera sorpresa de la noche, la primera sorpresa vino cuando nos acercamos a la barra a pedir copas, y es que, queridos amigos, tenían camareras que quitaban el hipo, el hipo a reglazos, puesto que las que servían copas eran las propias monjas de la residencia. Jamás una religiosa me había emborrachado.
Entre copa y copa, el que no perdía el tiempo era Lucio, que no dudó en tirarle fichas a una chica que parecía tener la mente tan corta como su minifalda. Tras minutos de palabras vacías, besos y caricias, el muchacho creía que el trabajo estaba hecho, pero no contó con que al intentar subir a la habitación de su víctima, la madre superiora, Sor Malahostia, le cortó el paso, la libido y el buen rollo con la chica esa. Así que se dio a la bebida, como mandan los cánones, y acabó vomitando en las jardineras de aquel bello lugar.
Cuando cerró aquella fiesta, todos volvíamos dando tumbos, cantando y muy borrachos, mientras José Alfredo se indignaba porque no queríamos hacer el vándalo a niveles superiores (una etapa pasajera del loco J.A.).
Como en todas mis historias, siempre ocurrieron más cosas, pero John Deward's una vez más no dejó que fueran narradas...