lunes, 31 de mayo de 2010

Episodio VII: Copas variaditas

Cual latas de sardinas viajábamos en ese autobús municipal camino de la discoteca. Un par de buenos muchachos del equipo me incitaron a cantar canciones misóginas mientras el vehículo daba bandazos de un lado a otro. Segundos más tarde estaba cantando la canción que luego me hizo popular en los terceros tiempos de la liga universitaria: Qué malas son, qué malas son, ¡las mujeres qué malas son!... Todo el autobús me coreaba cuando cantaba. Desconocidos borrachos me aplaudían, daban la mano e incluso algún que otro abrazo; en cambio las mujeres no se tomaron así...

Entonces entramos en aquella macrodiscoteca en la que, a parte de los deportistas del evento, se encontraban decenas de poligoneros y zorras varias.

La gente se fue dispersando cual mantequilla en un mar copas, fichas, mujeres y música. Dudy, el cual seguía en duelo de fichas con Javi, logró engañar a una jovencita que jugaba al voleibol para darse cuatro tímidos besitos. Por otro lado, las argucias de Lucio hicieron derretirse a otra de aquellas jóvenes deportistas. La cobra fue derrotada, y es que, contra una columna, una muchacha es difícil que se libre de las fauces de un argentino cuyas manos rodean su nuca y parte de su cara.

Pero todo aquello, no se salía fuera de las gráficas. Sin embargo, un individuo que rezumaba vodka con naranja, volvió a hacer de las suyas. Resulta que el infame José Alfredo, en un alarde de originalidad alcohólica, se sentó en el asiendo del copiloto del coche de una chica que, tan sorprendida como asustada, le gritaba para que el ebrio flanker se saliese de su coche. El pobre José Alfredo, no se pudo explicar de lo borracho que iba. Entre balbuceos, la chica sólo pudo entender la palabras "borracho" y "casa", pero aún así, otro muchacho del equipo tuvo que sacar a J.A. del coche y le llevó de vuelta a la discoteca.

Yo me encontraba apoyado en la barra. Esa rubia con ojos azules con la que estaba hablando no estaba nada mal y además parecía receptiva, pero hubo algo que me distrajo repentinamente, era José Alfredo, que volvía a hacer de las suyas. Se acercó a la barra describiendo una trayectoria quebrada, sé colocó justo al lado de donde estaba, me saludó y entonces escuché la conversación que tuvo con la camarera tatuada de pechuga generosa.

- Camarera: ¿Qué quieras?
- José Alfredo: Ponme cuatro copas...
(La camarera, muy profesional, coge cuatro vasos de tubo y los llena con hielos rápidamente)
- Camarera: ¿Qué es lo que quieres?
- José Alfredo: Cuatro copas...
- Camarera: Ya, ya sé, pero de que las quieres exactamente.
- José Alfredo: (Con tono de indignación extrema) ¡Joder! ¡Pues cuatro copas! ¡Yo que sé! ¡Ponme variadito! Pues yo que sé, un vodka con naranja, un whisky, un ron...

Entonces se dio la vuelta y me regaló un whisky-cola. El pobre iluso, al día siguiente sólo recordaba el momento en el que la camarera le dijo "Son 28 euros" y tuvo que ir pidiendo pasta a la gente.

Pocos minutos más tarde, alguien me tocó por la espalda. Era Kalate, que junto con J.A. me dieron la noticia de que había jaleo y que era probable que hubiese hostias. Íbamos todos en hilera, recorriendo la discoteca, primero para reclutar gente y luego para buscar al que había mancillado el honor de José Alfredo. Y cuando llevábamos minutos recorriendo la discoteca con los puños cerrados, el borracho de J.A. se dio la vuelta y nos dijo "Se me ha olvidado a quién quería pegar". Falsa alarma. Entonces nos disolvimos y no pasó nada.

Tras aquella noche llena de incongruencias, volvimos al hotel con el rostro bañado por el sol y haciendo el capullo. No sé en qué momento de la vuelta, pero Ruso se quedó sin pantalones porque alguien se los rompió, y volvió en gayumbos. Volvimos a desayunar los huevos estrepitosos de Arnold, y la noche la terminamos, gracias a Dios, todos de una pieza (excepto el hígado de algunos).

... CONTINUARÁ ...

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